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Miércoles, 12 Mayo 2010 20:56

Silvia Barella: Tres perros sueñan a la sombra de un árbol

Escrito por Silvia Barella

A Carlos Arévalo y Carreño

La campanilla del basurero moviliza al barrio. Mujeres desgreñadas, chiquillos sucios sacan rápidamente tarros y cajones.

 

El sol de primavera entibia suavemente la tierra; los árboles revientan en pequeños y tiernos brotes. Bajo un árbol que dentro de poco será frondoso, tres perros duermen. Capitán levanta levemente la cabeza, abre el hocico en un gran bostezo, después, perezoso vuelve a continuar su sueño.

Whisky y Pipo duermen tranquilos.

La vida del barrio: pobre, humilde, sencilla.

Capitán se despereza; contempla el cielo con felicidad, felicidad de sentir el sol. Mira soñoliento y descubre algo que ha caído del camión basurero. Con esfuerzo corre hacia el objeto; es una pata de pollo. La olfatea, la coge, después vuelve junto a sus compañeros. No tiene hambre; aunque no ha comido desde el día anterior. Toma el hueso, juguetea y se queda dormitando con él entre sus patas. Pipo lo observa con un ojo a medio cerrar, espera un rato, sigiloso se le acerca.     Lo mira un instante tratando de ver si está bien dormido, después, con gran maestría, se lo roba. Capitán abre los ojos, pero no se mueve. Lo ve alejarse, no tiene importancia, piensa; él es joven y pasa continuamente con hambre.

Whisky se revuelve inquieto dando pequeños ladridos, después da un gran salto y mira asustado a su alrededor. Al ver a Capitán se tranquiliza. Qué pesadilla más atroz exclama: "figúrate, querían llevarme nuevamente a casa, y entre todos forcejeaban, unos me pescaban de las patas, otros de la cabeza, incluso me tiraban la cola. Debe ser el hambre que me hace soñar estas cosas. Tengo las tripas completamente vacías. Iré a dar una vuelta. ¿Y Pipo?"

— Por ahí debe estar escondido comiéndose una pata de pollo que me robó.

— Escúchame Whisky, no te vayas, quiero hablarte.

— ¿Algún buen consejo? viejo gruñón.

— No te rías, lo que voy a decirte lo haré con todo cariño. En el tiempo que hemos vivido juntos he aprendido a conocerte; eres aventurero, irresponsable, soñador. Has cambiado tu casa, cama y comida por dormir y soñar bajo un árbol; por vivir con nosotros, dos perros vagos que nunca han sabido lo que es el calor de hogar; pero en ti hay algo grande y hermoso: tu corazón. Este invierno, cuando estuve enfermo, agravada mi dolencia por los años; tú creías que yo dormía. Llegabas calladamente para no despertarme y dejabas a veces un hueso, un pedazo de pan, o cualquier cosa. No sabes cómo se me hinchaba de gratitud el corazón; después te quedabas vigilante para que Pipo no me lo robara.

— Calla, calla, viejo chocho. Yo también tengo mucho que agradecerte. Cuando llegué al lado de ustedes, era un frío mes de invierno. Sólo venia con mis sueños y esta sed de vagar, de vivir mi vida; si dejé todo fue por esta ansia de conocer, aprender, mirar la luna, ver salir el sol, revolcarme en el pasto, en la tierra. ¿Tú crees que es vida, dormir en un décimo piso, pasar entre ascensores amarrado a correas, con ridículas capas de lana dentro de esos tremendos bloques de cemento? No podía seguir así, una extraña melancolía me aprisionaba; claro que echo de menos a mis amos y especialmente, aunque me tiraran la cola, a los tres pequeños niños. El menor, decían, era de mi edad. Siempre me dejaban en una alfombra junto a él; yo apoyaba mi cabeza en sus piernas regordetas; me tiraba las orejas, pero no lo hacía muy fuerte, sus manos eran muy pequeñas y mis orejas son tan grandes. Bueno, no quiero ponerme sentimental. Empezó esta conversación a raíz de tu gratitud hacia mí. Creo es al revés, Capitán, dentro de tu pobreza y tus sueños compartiste conmigo la sombra de tu árbol y cuando la lluvia arreciaba me hiciste un huequito, junto a Pipo, en el viejo solar. En ti encontré la lealtad que a veces no encuentran los hombres entre ellos.

— Conforme Whisky. No hablemos más. Pero piénsalo. Que los niños te tiraran la cola o te llevaran con vistosas capitas y elegante correa a lucirte a las calles; puede no resultar tan duro cuando está el estómago lleno y se duerme en una pieza con calefacción. Ahora empieza la primavera, en esta época siempre se ven las cosas mejor e incluso se olvida del invierno; del barro, las lluvias y los tremendos fríos. Nosotros nacimos y nos criamos en la miseria, recorremos los tarros basureros; a veces encontramos algo, otras no. En verano el árbol, el cielo y las estrellas. En invierno, el frío y el solar. En vez de capas, nuestros cuerpos se unen tratando de transmitirnos un poco de calor. ¿Crees que resistirás otro invierno junto a nosotros? Tú eres de otro ambiente, tu pelaje es fino y delicado, y en todo se nota la aristocracia de tu cuna. Además, por la misma manera en que vivías eres más débil, más friolento; el invierno pasado traías tu capa recién hecha, eso y nuestro calor te protegieron de las heladas.

— Está   bien,   Capitán. Tu  experiencia   me   aconseja que debo pensarlo, pero creo que después de conocer la libertad, de saberte amigo mío, e incluso me parece que le tengo cariño a Pipo. Por ahora no hablemos más. Piensa, hoy es el primer día de primavera.

Los dos perros caminan hacia la cancha de football, a ellos se une Pipo. Hay un partido y qué alegría correr y ladrar detrás de la pelota. Capitán se cansa pronto), entonces se echa a la vera de la cancha y de ahí contempla y, para sus adentros, ríe y goza.

La mañana transcurre. Juguetean, ladran y se revuelcan en el pasto.

— ¿Tienen hambre? Pregunta Pipo. Les voy a dar un dato, en la segunda cuadra de nuestra calle, al llegar a la esquina, una casa amarilla con puertas verdes hay una gallina que acaba de sacar pollitos, ¡están deliciosos! Los ojos de Whisky se llenan de codicia y varias veces se pasa la lengua por el hocico. Capitán con voz reposada pregunta:

— Pipo, ¿me puedes decir por qué andas cojeando?

Este esquiva la mirada; medio molesto y avergonzado:

No me mires así, tú siempre pasas reprochándome todo. Claro que me dieron un palo, pero los dos pollitos que me comí no me los quitó nadie. Yo sé que no está bien, pero tengo hambre. Ahora la gente casi no bota nada comible, y ese poco también lo disputan algunos hombres.

Los perros se quedan pensativos y lentos caminan. Observan y olfatean los tarros con basura. Parece que hoy no va a pasar por esta calle el basurero. Pipo se separa del grupo y corre hacia un tarro que está volcado, tiene un olfato y una vista... Envuelto en papel de diarios hay sobras de comidas y algunos huesos blancos. Come rápidamente, sus ojos hambrientos miran en todas direcciones sin dejar de comer, alternando con pequeños gruñidos. Whisky se le acerca y le da un gran mordisco en el espinazo. Pipo escapa aullando y piensa como vengarse; "Cobarde, si yo tuviera su cuerpo no se atrevería a morderme".

— Capitán, ven acá, llama Whisky. Te convido a almorzar. La ley del más fuerte. Te ruego no me mires así, filósofo. El es chico, por lo tanto, tiene que comer menos, está bastante gordo, además, ha comido pollitos tiernos. Viejo romántico, mira que tus patas están bien enclenques y ya se pueden contar tus costillas.

Capitán piensa. El comprende tantas cosas.

El tiempo pasa. El árbol empieza a desprenderse de sus hojas doradas. El frío, la primera lluvia. Se aproxima el invierno.

Capitán sufre en esta época. "Este será el último", —medita—. Su vista se acorta, sus patas no responden. Mira su árbol; ha soñado tanto a su sombra.

Pipo se acerca, cauteloso, con los ojos llenos de rencor. Ayer nuevamente se ha peleado con Whisky ¡Abusador! Siempre le quita su comida. Se echa junto a Capitán, tiene frío. Este se levanta, cerca del tronco escarba. "Toma Pipo, te he guardado esto". Saca un gran hueso. "No tiene casi nada de comida, pero te entretendrás un rato. Espera, no lo comas todavía, acércate mi pequeño amigo. Quiero hablarte. Quizás nunca te dije que conocí a tu madre. Era buena y dulce; vivía en un hogar muy pobre donde había muchos chiquillos. Un día echaron a todos los habitantes de esa población, y se llevaron a tu madre, tú quedaste abandonado. De esa época quizás no te recuerdes. Te lo cuento para que comprendas que soy como un padre para ti y en nombre de todo esto quiero decirte dos cosas, de las cuales tú no tienes la culpa, pero que debes tratar de enmendarte: no seas rencoroso, eso es algo que daña y no conduce a nada, y lo otro, no sea egoísta, pues te irás creando un círculo que terminará por ahogarte. La bondad y la gratitud hacen más bellas las cosas. Yo te quiero, Whisky, también".

— Whisky, ¿quererme? Lástima dirás, me mira en menos, trata de humillarme, de demostrar su superioridad ante el pobre quiltro, él, tan distinguido, de piel brillante, patas finas; sus orejas tan grandes y anchas, y esas manchas tan bien distribuidas. ¡Es un siútico abusador!

— Chit, no hables tan fuerte. Tratemos de vivir en armonía, pongamos un poco de cada uno, piensa que no eres solo, que si tú tienes hambre, también la tenemos nosotros. Por su parte, pediré a Whisky, digo pediré, porque creo que los años me dan ese derecho, que modere sus ímpetus, que aplaque su temperamento, que tenga tolerancia. Yo no espero ni pido nada, sólo quiero paz. Somos tres, podría decirse una familia, unámonos, como lo hacemos en invierno cuando nos atenaza el frío.

Whisky ha oído la conversación, pero se hace el dormido.

¡Siútico abusador! Quizás tuviera algo de razón, claro que no en lo siútico, él sabía su ascendencia, ¿pero abusador? De todas formas trataría de darle el gusto al viejo gruñón. Siempre las palabras de Capitán le daban deseos de ser bueno, es decir, mejor. Bajo su mirada no podía mentir y parece que leía sus pensamientos.

El invierno pasa. Nuevamente los árboles se llenan de verde.

El sol se apodera de los días y los chiquillos juegan y ríen con más bríos.

Capitán, Whisky y Pipo a la sombra de su árbol duermen.
Fuertes gritos llenan la calle, ¡la perrera!, ¡la perrera!, ¡la perrera!

Mujeres y chiquillos llaman a sus quiltros y, apretándolos fuertemente entre sus brazos, corren a sus casas. Los tres perros sobresaltados levantan la cabeza y al mismo instante echan a correr. Pipo corre y grita como si le estuvieran pegando. Capitán se detiene, no corre, se queda quieto. Mira al hombre que blandiendo un lazo se le acerca, sus ojos mansos y tristes se clavan en él y parece que su cuello se estirara para hacer más fácil la operación. ¡Qué cansado estaba!

Las patas de Whisky parecen de goma. De pronto como si un obstáculo lo hubiera detenido, se para, vuelve la cabeza. Sólo ve la gran lengua de Capitán que sale de su hocico y un cordel que oprime su pescuezo y lo arrastra, lo arrastra. Con la misma velocidad que avanza, retrocede. Ve todo rojo. Se abalanza sobre el hombre; éste con el tremendo peso cae de espaldas. Del camión baja apresuradamente otro hombre. En su mano lleva un revólver. Un solo tiro y Whisky queda con los ojos llenos de asombro, muy abiertos mirando al cielo. Capitán contempla, mudo, hermético. El cordel cuelga de su cuello. Nadie lo sujeta. Podría escaparse. Sus ojos miran al árbol ¡Qué hermoso estaba! Vuelve los ojos a Whisky. "Loco soñador, rebelde y grande..."

Se siente por un instante suspendido en el aire, el cordel lo asfixia. Después cae entre un montón de perros. Algunos gimen, otros piensan, otros recuerdan.

El camión parte. El árbol en mudo ruego hacia lo azul, solitario se estremece.

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